Trastornos paroxísticos no epilépticos en los niños: qué son, causas, síntomas y tratamiento

Trastornos paroxísticos no epilépticos

Sapos y Princesas, El Mundo, 8/9/2021

Algunos niños pueden experimentar episodios convulsivos bruscos, caracterizados por una violenta agitación corporal, sin que estos estén relacionados con una crisis epiléptica. Este cuadro médico se conoce como trastornos paroxísticos no epilépticos (TPNE), que suelen tener una corta duración y ocurren con cierta frecuencia. 

Aunque su origen no esté vinculado con la citada enfermedad que afecta el sistema nervioso central, muchas veces tiene síntomas similares y por eso no siempre resulta fácil diferenciarlos.

Según un artículo de la Asociación Española de Pediatría (AEP), se trata de episodios comunes en la infancia, especialmente en los primeros años de vida.

“Se estima que hasta un 15 % de los niños menores de 15 años han padecido algún tipo de TPNE y que por cada 10 menores con TPNE hay 1 con epilepsia”, informa la AEP.

Causas de los trastornos paroxísticos no epilépticos

Los TPNE se generan por diferentes causas. Algunos se deben a una falta de oxígeno (hipoxia) momentánea en el cerebro, debido a un traumatismo, a una crisis de pánico, al llanto prolongado o a una rabieta, por ejemplo.

Hay enfermedades, como el reflujo gastroesofágico, las alteraciones metabólicas y algunas cardiopatías, que pueden desencadenarlos también.

Veamos de forma más detallada algunas posibles causas de los trastornos paroxísticos no epilépticos y a qué edad son más comunes:

1. Espasmos del sollozo (0-3 años)

Después de empezar a llorar, ya sea por una rabieta o un traumatismo, el bebé realiza una pausa de apnea con la mirada fija, la boca entreabierta, rigidez corporal y pérdida de conciencia. Pasados algunos segundos, se reanudará la respiración. 

2. Rabietas (3-6 años)

Se presentan como accesos bruscos y repetidos cuando sienten una gran frustración por no conseguir lo que quieren en ese momento. “El niño suele gritar, llorar, agitarse con fuerza e incluso su piel se puede tornar azulada. En la postcrisis puede haber agotamiento, somnolencia e incluso amnesia”, se explica en un informe de la AEP.

3. Ataques de pánico (6-12 años)

Son crisis de ansiedad fóbica con sudoración, escalofríos, inestabilidad, temblores y fuertes dolores de cabeza. Hay casos en los que incluso se produce una pérdida de conocimiento y la relajación del esfínter urinario.

4. Síndrome de Munchausen por poderes (0-6 años)

Los menores simulan enfermedades o son inducidas por sus padres. Cuando padecen este síndrome, los progenitores aseguran que sus hijos tienen afecciones inexistentes o provocadas por ellos mismos.

5. Terrores nocturnos (18 meses-6 años)

En las primeras horas del sueño REM, se desencadena un estado de agitación que se inicia con un llanto brusco, gritos desconsolados, imposibilidad de consuelo, gestos de terror y dificultad para reconocer a sus familiares.

“Dura varios minutos, hasta que después de algún tiempo el menor logra dormirse con facilidad. Al día siguiente el niño podría no recordar lo sucedido”, explican los pediatras de nuestro país.

6. Sonambulismo (6-12 años)

Pueden producirse estos episodios también en casos de sonambulismo, durante el sueño no REM, cuando el menor se levanta de la cama y camina con los ojos abiertos de forma desorientada, e incluso emite sonidos inteligibles. En unos minutos volverá a la cama, sin recordar nada al día siguiente.

Trastornos paroxísticos no epilépticos sonambulismo
Si tu hijo se levanta sonámbulo, llévalo de vuelta a la cama con tranquilidad y sin despertarlo | Fuente: Canva

7. Movimientos involuntarios del velo del paladar (mayores de 6 años)

La contracción rítmica e involuntaria de los músculos del velo del paladar provoca la emisión de un ruido que se transmite por los oídos y se percibe como un sonido metálico.

8. Hiperplexia (0-3 años)

Son episodios de respuesta exagerada ante un estímulo auditivo, visual o de otro tipo. También se asocia con crisis de hipertonía con caídas al suelo, sin que se realicen maniobras de protección durante la caída.

9. Síndrome de Sandifer (4 meses-14 años)

Los síntomas son reflujo gastroesofágico, tortícolis y convulsiones físicas, que suelen tener lugar durante la comida. El niño puede asumir una posición corporal anormal, mientras su rostro adquiere una tonalidad amoratada.

10. Masturbación (0-3 años)

Son movimientos repetitivos de frotamiento de los genitales que finalizan con rigidez en las piernas y temblor en los brazos. Puede haber una mirada perdida, sudoración y espasmos.

11. Migrañas (mayores de 6 años)

La migraña está acompañada de náuseas, vómitos, letargia e irritabilidad. En los casos más críticos, podría haber pérdida de conciencia, vértigo, problemas para enfocar la mirada y fatiga extrema.

12. Vértigo paroxístico (0-3 años)

Se dan accesos bruscos de inestabilidad, por lo que el pequeño se agarrará al objeto más próximo para evitar caerse. Mostrará gestos de angustia, palidez y a veces vómitos. La crisis no suele durar más de un minuto.

Trastornos paroxísticos no epilépticos: cambio de color de la cara
En las crisis de trastornos paroxísticos no epilépticos, el rostro puede ponerse rojo o morado | Fuente: Canva

Diagnóstico

Según se explica en un artículo de la Sociedad Española de Pediatría Extrahospitalaria y Atención Primaria (SEPEAP), la herramienta diagnóstica más valiosa es una historia clínica que recoja detalladamente los síntomas de las afecciones padecidas en el pasado.

“A veces es difícil para los padres describir lo que hace el niño durante los episodios de trastornos paroxísticos no epilépticos. Por eso los vídeos caseros pueden ser de gran utilidad. Casi nunca se necesita la realización de pruebas complementarias. Estas deberán solicitarse solo si existen dudas diagnósticas”, comenta la SEPEAP.

Tratamiento

En la mayoría de los casos, los trastornos paroxísticos no epilépticos no requieren de ningún tratamiento farmacológico, a menos que sean provocados por una enfermedad. De ser así, el pediatra recetará los medicamentos o las terapias oportunos.

Ante todo, el especialista realizará una observación del caso y querrá hacerle un seguimiento de las crisis por las que pasa, y asegurarse de que la exploración neurológica y el desarrollo psicomotor sean correctos.

En términos generales, los TPNE son benignos, se presentan de forma recurrente y tienen una evolución favorable con el tiempo sin dejar secuelas.

“Es importante hacer un buen diagnóstico, ya que así se evitarán numerosos tratamientos con antiepilépticos en niños que no lo son, con la consabida angustia familiar y los problemas relacionados. En la mayoría de los casos, no existe tratamiento etiológico y solo es necesario detectar la causa, tratarla de forma adecuada y tranquilizar a la familia”, asegura la AEP.

Si tu hijo tiene un episodio de TPNE, no dudes en llevarlo al pediatra cuanto antes para que lo evalúe. Es importante que no esperes hasta que la crisis se repita, ya que podría existir una enfermedad subyacente, en cuyo caso tendrá que ser tratada con prontitud de la forma correcta.

En cualquier caso, el mejor consejo es que los padres mantengan la calma y no saquen conclusiones apresuradas. A menudo realizan un diagnóstico desesperado y lo primero que piensan es que su hijo ha tenido un ataque de epilepsia, pero la mayoría de las veces se trata de trastornos paroxísticos no epilépticos. Así pues, con tranquilidad y sin dilación, habrá que acudir al pediatra, que será quien les saque de dudas.

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